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Un día de perros

  • María Candela Orrego
  • 31 ago 2018
  • 3 Min. de lectura


Ojeras, piel pálida y ojos un poco brillosos, en sí, cansancio es lo que refleja la cara de Ayelén Potenzo, la peluquera de la veterinaria Puppis ubicada en Av. Pueyrredón al 1639, en el barrio Recoleta. Potenzo barre la habitación en la que trabaja mientras comenta que un día típico para ella es ir en la mañana a la veterinaria, un ratito antes de que llegue el primer cliente, y ver los turnos para ya tener una idea del corte que le hará a cada animal.

La fachada del lugar llama la atención de cualquiera que camina por la avenida, pintada de amarillo patito y en letras grandes y azules dice “Puppis”. Apenas se ingresa al local se puede sentir ese aroma a alimento balanceado para perros combinado con algún producto de limpieza.“Al fondo a la izquierda está la escalera, abajo es donde los bañan y peinan, ¡pasen!”, indica Gisella, la chica que se encuentra en el mostrador de la entrada. Se llega a la escalera después de pasar por el pasillo con comida para perros y gatos a ambos lados y en el medio una gran jaula de cristal con tres rollizos conejos.


Desde los últimos escalones ya se siente el calor de los secadores de pelo. La escalera y la habitación donde trabaja Potenzo está separada por un pequeño espacio y un vidrio gigante. Olor a shampoo y perro mojado están presentes. Tras el vidrio hay dos caniches esperando ser secados. Carmela tiembla, mientras que Lola espera que Ayelén Potenzo se distraiga para escapar.


(De izquierda a derecha) Carmela, Ayelén Potenzo y Lola


Se escucha que alguien baja la escalera. Juana, la dueña de Lola, viene a buscarla. “Yo tipo siempre fui a una que me quedaba a cuatro cuadras y era tipo re cara y el corte salía como 850. Y acá el baño, el corte de pelo y las uñas está como 510.”, señala la adolescente, “no era tan lindo, era bastante sucio. Esta, en cambio, está hace tipo cinco meses, es re nueva, re lindo, re limpio.”


Reencuentro de Juana y Lola


Lola salta al reencuentro con su dueña. Se van las dos. Ayelén comenta por lo bajo que hoy Lola por suerte no mordió. Da media vuelta y va a secar a Carmela. De vuelta se escuchan unos pasos. Natalia llegó para llevarse a Carmela. “Yo la verdad, es que la baño yo, siempre intento bañarla yo pero no me deja cortarle el pelo. Pero como con un extraño se porta mucho mejor que conmigo entonces la traigo y la verdad es que acá me gusta ver como la tratan, en el otro lugar no lo podía ver.”, señala Natalia mirando su reloj un poco enojada porque hace media hora tendría que haber estado ya lista su perrita.


“La muy señorita, después de que el domingo la bañé, decidió arrastrarse todo por caca de un perro extraño, así que estaba toda cagada. Un olorcito, un asco.”, cuenta entre risas Natalia. “Después esta Gato, que es una gata pero se llama Gato, y a la peluquería la traigo para cortarle las uñas”, dice Natalia. Más tarde, Potenzo contará que no es particularmente especialista en gatos. Natalia se lleva a su perrita.


Dentro del rectángulo caluroso de vidrio, donde ya solo está Ayelén, hace una seña para que entremos. Llama la atención la mesa grande de acero en el medio de la habitación, es el lugar donde secan y les cortan el pelo a los animales. Detrás de ella hay dos piletas del tamaño suficiente para que un golden entre allí. “Depende del perro que tengas el servicio que tenes”, señala la peluquera.



Cuenta que se los baña con un shampoo que es neutro, que para ellos es como jabón blanco porque les saca toda la mugre y después el baño de belleza que es el que deja rico olor. Finalmente, se los seca bien. Barre los pelos de Camela. Levanta la mirada y sus ojos verdes se abren. Entra a la habitación una veterinaria, se saludan y se va.


En caso de que le lleven un animal agresivo está preparada. “Tenemos un garrote ahí atrás, no mentira. Se ríe. La idea es tratar de manejarlo, calmarlo y ver que se puede hacer. Sino se le pone un bozal que tenemos a mano siempre.” Se escucha que baja alguien por la escalera. Es un galgo a upa de un hombre. Ayelén le hace una seña que espere un segundo afuera. Resume los siete años entre que se recibió de la facultad y hasta el día de hoy como que pasaron mientras ella hacía un curso y otro y otro y otro más.


“Mi papá es criador de perros así que me crie entre perros.”, contó con una sonrisa en la cara la peluquera. Llega un bulldog francés con su dueña y con eso la hora de dejar a Potenzo seguir su jornada. Subimos y en la entrada hay un hombre con otros dos bulldog franceses. Ayelén Potenza tendrá un día de perros.



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