Carlos Gardel a la vuelta de la esquina
- María Candela Orrego
- 22 ago 2018
- 3 Min. de lectura

A mitad de cuadra, se ve una pequeña casa blanca con las puertas y las ventanas pintadas de color verde musgo. A los costados, cuelgan tres afiches con fotos de Carlos Gardel. Su casa, heredada por su madre y luego donada para convertirse en el Museo Casa Carlos Gardel en el año 2003 está ubicada en Jean Jaurès 735, en la zona de Abasto.
Para llegar al museo hay que atravesar el pasaje que lleva el nombre del cantante arrabalero, el cual uno esperaría que en el momento del Mundial de Tango este atestado de gente. Pero resulta ser lo contrario. La calle, vacía y abandonada parece mostrar que un turista no pasa por allí hace años. Las estatuas de los clásicos del tango están a ambos lados del pasaje y no lucen muy bien, siendo más, al cantante Alberto Castillo le faltan ambos brazos.

A la izquierda del restaurante hay otro, “Quechua”. Un resto de origen peruano que sirve sólo y únicamente comida peruana. “Yo de tango no sé nada, soy peruano y acá solo trabajamos comida peruana, nada de tango, y en los restos de al lado más o menos.”, contó el cocinero del restaurante.
El local a la derecha de “La parrilla de Jesús” sorprende a todo aquel que va al pasaje en busca de tango. “Gambino” es un comedor de índole brasileño pero en sus comienzos también pertenecía al estilo tanguero. “El dueño es argentino, y como pueden ver hay fotos de Gardel, pero como el jefe es muy fan de Brasil comenzó sirviendo los viernes feijoada y después cambió la decoración hasta terminar transformando el restaurante en uno brasileño.”, dice Micaela Galarse, moza del resto.
Avanzando dos cuadras se llega a la residencia del más grande del tango que abre sus puertas todos los días de la semana, desde la mañana hasta la tarde con una entrada que cuesta 30 pesos para todos aquellos interesados en la música tanto como en el baile o en historia argentina. Adentro, está Jorge Atala (57), guía del recorrido.

Las paredes de la pieza están repletas de fotos en blanco y negro, y partituras de algunas canciones como “Mi noche triste” y “El día que me quieras”. De fondo suena “Por una cabeza todas las locuras su boca que besa borra la tristeza calma la amargura. Por una cabeza si ella me olvida que importa perderme mil veces la vida para que vivir”.
No solo fotos recubren las paredes blancas sino que, en cada habitación hay dos tablets con auriculares disponibles para quien quiera escuchar tango. Un señor mayor, con gorro de lana, campera azul de abrigo y un jogging beige un poco viejo escucha en una de ellas. El señor Atala cuenta que Carlos (el hombre que escuchaba en una tablet) acude todos los lunes sin falta a escuchar tango por alguna razón desconocida.

Llegando al final del recorrido solo doce turistas se encuentran en el museo al embajador del tango a nivel mundial. Una de ellas es una delgada y alta joven de cabellos negros, Begoña Palón Arejos proveniente de Valencia, España. Llegó a la Argentina hace un mes. No solo disfruta escuchar tango en sus ratos libres, Carlos Gardel es su héroe. Gracias a él descubrió que le gustaba este tipo de música, lo que la incitó también a tomar clases de tango y además a adentrarse en el mundo de la música argentina.
“El tango es una música increíble para mí porque transmite tanto, y luego bailarla es mucho más emocionante también que con un abrazo realmente estés tan cerca de alguien aunque da vergüenza al principio. Piensas que estás bailando y te dejas llevar.”, cuenta Begoña.
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