Martína Zárate: multifacética, estudiante, deportista y cantante
- María Candela Orrego
- 14 nov 2018
- 4 Min. de lectura
Melena negra por los hombros y una blusa blanca que se asoma del cinturón negro sentada en una silla espera de piernas cruzadas. Se presenta como Martina Zárate, aunque de nacimiento es Martina Belén Zárate Benítez, prefiere evitar los segundos. Cuenta enojada que “siempre se los digo a mis papas, o sea como mucho me hubieras puesto un segundo nombre o un segundo apellido pero no los dos”.
Martina nació en Capital Federal un caluroso 21 de enero en el año 2000. Hija menor del matrimonio residente en Lugano. Mamá, papá, Martina y su hermana mayor, Camila, se mudaron apenas Martina era una bebé y dice que no sabe por qué pero que el único recuerdo que guarda de esa casa es un limonero en el jardín. Se mudaron a country en Cunningham y luego a su casa propia para después irse en las vacaciones de invierno 2018 a un departamento en el barrio de Retiro para que así estén los cuatro (más las dos perritas) más cerca de sus respectivos trabajos y universidades. Cuenta que con Camila tiene una buena relación, pero debido a que ella cursa a la noche y Martina a la mañana no comparten mucho tiempo juntas, y últimamente le viene pasando lo mismo con sus amigas. Ellas viven en su antiguo barrio y no pueden verse mucho por la universidad, pero siguen en contacto y a una de ellas la sigue viendo en los entrenamientos de hockey. Podría definirse su relación con el deporte un poco tormentosa, desde los 5 o 6 años que lo practica y va y viene. Recuerda que estuvo dos años en la misma categoría y a sus dos grupos de compañeras las pasaron por la edad a la siguiente categoría pero a ella no, por lo que decidió cambiarse de club. “Soy re competitiva (…) siento una satisfacción al meter un gol, si bien es logro de todo el equipo es especial para mí”, comenta. En ese nuevo mundo hizo amistades y se cambió al mismo colegio que una de sus compañeras de equipo y se hicieron amigas. Hoy en día extraña verlas todos los días y a su casa con pileta y árboles en el jardín.

Cuando habla Martina Zárate se concentra en la conversación, no se distrae con la gente de alrededor hablando ni con el celular al que le llegan mensajes. Se vuelca por completo a algo cuando lo hace. Se define como autoexigente en cualquier aspecto de su vida, caprichosa “lo que quiero lo tengo que conseguir” y cabeza dura, salvo que los de afuera influyen en ella pero no le da nunca la razón a su papá “a pesar de que sepa mucho y la tenga”. Cuenta que su papá siempre le recuerda cuando estaba en primero y tenía una profesora de religión que le “lavo el cerebro completamente” porque ella es atea y después de su clase siempre llegaba a la casa y se ponía a hablar de Dios. Su papá se reía que alguien de afuera la podía hacer cambiar de opinión tan rápido y él no. Y se desata una Martina distinta, una Martina que llora de la risa al recordar las palabras de su papá y a su profesora.
Dice que no tiene un ídolo, alguien famoso que la represente o que tenga en un pedestal, obviamente tuvo su época de amor platónico por Justin Bieber como todas las nacidas entre 1995-2000 pero eso ya pasó, es más “ahora ni se que es de su vida, si se casó o no”, pero si tiene a una persona que admira en todo sentido y ese es su papá. Cuenta que él proviene de un barrio humilde, son 4 hermanos y es el único que estudió una carrera universitaria. Sus tíos no tienen tanto empuje y su tía ni terminó el colegio. “Yo re valoro el esfuerzo de mi papá y estoy re agradecida porque que yo pueda estudiar hoy acá es gracias a él porque mi mamá no tiene una carrera. Mi mamá vivía en Corrientes y su mamá la dejó y su papá nunca estuvo presente por eso tuvo que laburar y no pudo estudiar. Empezó el CBC pero no le daba el cuerpo ni el tiempo para hacer ambas al mismo tiempo. (…) Aunque no se los diga son un poco mis ídolos.”
“Soy la persona menos frases que hay o sea soy cero abstracta y no pienso en cosas sentimentales, aunque suene frío es verdad”, comenta Martu o Marti, para los amigos. A menos que esté dentro de la cancha, ahí saca todo, se transforma en otra persona: se calienta si pierde, le gusta ganar.
Martina es inquieta, se mueve en la silla, se expresa con las manos y gesticula quizás más de lo que debería, pasó por natación, hip hop, clásico y hasta equitación de chiquita pero “un día me caí del caballo para atrás y quedé re traumada”, dice. Le gusta intentarlo y probar cosas nuevas. De este modo, es que se animó a dar el salto y dejar Relaciones Internacionales en la UCA para cambiarse a Licenciatura en Comunicación Periodística en la misma universidad. “Quería ser embajadora, lo decidí en el secundario, pero no pare a pensar que tenía tanto de política y tanto no me gustó. Decidí dejarlo porque me di cuenta que no era lo mío, que no podía más, no lo aguantaba más.”, afirma despreocupada la deportista. Apenas dejó de ir a cursar un jueves, salió por la tarde a repartir su CV con su papá que, “está siempre”, a todos los lugares que tienen que ver con viajar. “Soy una persona que le hace muy mal no hacer nada, me consume la cabeza y bueno, como me encanta viajar aproveche”. “Siento que este año maduré”, dice la joven que ahora cursando su nueva carrera se siente satisfecha y cómoda. Afirma que espera terminar la carrera y poder conocer el mundo, ya sea debido a su trabajo o juntando la plata y pudiendo pagárselo.
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